martes, 20 de enero de 2015

ESTRATEGIAS DE APOYO  – LENGUA CASTELLANA - GRADO OCTAVO
SEGUNDO PERÍODO ACADÉMICO
AÑO LECTIVO 2014-2015
 

Nota: El taller debe presentarse en hojas tamaño carta, escrito a mano, normas de ICONTEC (portada, letra legible, márgenes y bibliografía). Debe realizarse de manera individual.

  1. A partir de los momentos de la literatura colombiana vistos en clase (Romanticismo y Costumbrismo) y el contexto histórico de la época de la ilustración e independencia realiza un collage donde evidencies las características y rasgos particulares de estos movimientos artísticos literarios.
El collage debe ser en un octavo de cartón paja, cartulina o fomí.
  1.  A partir de este texto sobre el romanticismo colombiano elabora un mapa conceptual y una opinión crítica sobre lo que te pareció importante del texto.

Novela post-romántica y costumbrista

El romanticismo en sus distintas vertientes: desde la evocación escapista, hasta la proclama revolucionaria, pasando por la efusión lírica y sentimental, tuvo su cultivo en Colombia, aunque no siempre con afortunada calidad. Las primeras obras de este periodo estuvieron guiadas, bien por un afán de recuperar un supuesto espíritu caballeresco de la conquista, bien por una sublimación poética y filosófica del aborigen de América. En orden cronológico, las primeras novelas colombianas del periodo corresponden a las escritas por el cartagenero Juan José Nieto: Ingermina, publicada en 1844 y Los moriscos de 1845, ambas novelas históricas. La primera es un relato que tiene como trasfondo las sublevaciones de los indios Calamares, antiguos pobladores de Cartagena en los primeros tiempos de la conquista, y tiene la particularidad de desarrollar una trama amorosa de corte caballeresco entre Alfonso de Ojeda, hermano de Pedro, el conquistador, y la princesa indígena Ingermina, en un intento por rehabilitar la conquista y poetizar, simultáneamente, al indio. Los moriscos relatan los sufrimientos de una familia mora a causa de su expulsión de España, tras el decreto de 1609.

Es una obra llena todavía de influencias claras de autores como Byron, Lamartine o Chateaubriand, que sigue los procedimientos melodramáticos de Walter Scott, pero que tiene el mérito de haber inventado los personajes de la trama central, con lo que lo histórico pasa a desempeñar la función de ambientación del relato.

Otro autor de novelas históricas es Felipe Pérez, conocido por tratar de manera rigurosa el tema del imperio incaico. En su novela Los gigantes (1875), sin embargo, Pérez hace protagonista de sus relatos a los chibchas (indios que habitaban la región que hoy es Colombia), a quienes coloca como actores principales de la independencia de la Nueva Granada. En esta obra, como en las de tema incaico, se promueve la idea del buen salvaje, y así se ve a los indios enfrentados a los males de la conquista y desterrados de su arcadia por la exagerada codicia española, patrocinadora de batallas sanguinarias y crueles. Además de estas obras de corte histórico, Pérez produjo otras de fondo social y de aventuras, como El caballero de Rauzán (1887) que refleja más claramente el ambiente romántico en que el escritor se había formado.
Pero también en este periodo inicial de la producción novelesca se da una vertiente que intenta presentar los usos y maneras de una vida colonial apacible que los autores echan de menos. Obras como El oidor (1845) de José Antonio de Plaza, Don Alvaro (1871) y Juana labruja (1894) de José Caicedo Rojas o y El alférez real. Crónica de Cali en el siglo XVIII (1886), son buenos ejemplos de esta tendencia. Esta última novela es tal vez la de mayor calidad por su logrado equilibrio entre los elementos didácticos y narrativos, y por la menor sobrevaloración del ambiente, así como por la perfección de su estilo y la autoridad documental que despliega.

El giro hacia lo local costumbrista y hacia lo presente en las novelas postrománticas no es muy afortunado. Si bien, se escriben muchas novelas (muchas de ellas dedicadas a narrar lo que podría enunciarse como los misterios de Santafé: sus secretos y terrores), sólo algunas alcanzan cierta notoriedad. De entre lo destacable se encuentra la producción de doña Soledad Acosta de Samper, la mejor novelista colombiana del siglo XIX, quien cultivó el género histórico en novelas como una Holandesa en América (1869), donde ese narra el alzamiento del general Melo y se describen las costumbres campesinas de Holanda, así como Aventuras de un español entre los indios de las Antillas (1905), donde narra la conquista y colonización de Cuba, Puerto Rico y Santo Domingo.
Correspondiente a este periodo, pero de otro corte, se publica en Colombia (1867) María, de Jorge Isaacs, la obra más leída de América en su momento; novela que incorpora a las letras nacionales las resonancias líricas de un paisaje autóctono y el romanticismo sentimental europeo. María recoge de algún modo cierta simpatía hacia la melancólica sentimentalidad, así como un romanticismo erótico, poco cultivado en el país.

Todas las categorías del romanticismo sentimental se encuentran allí ejecutadas con serenidad y elegancia: las lágrimas, el tema sepulcral, el triunfo de la muerte, la idealización romántica de la figura femenina, pero también el paisaje y la naturaleza confundidos con el estado de ánimo. Junto a ese aire romántico universal, la novela también enseñó a los lectores hispanoamericanos, muchas características nacionales; un localismo que se encuentra estéticamente muy bien logrado, en la medida en que el costumbrismo que se refleja es involuntario y artístico a la vez.
Es posible achacar a María su falta de hondura en la discriminación sicológica, la insistencia en la pasión para mover al llanto, su melosería y hasta su fragilidad en la trama, pero en realidad la novela se sostiene no sólo por su masiva recepción, sino por su conciencia de género, pues son estos precisamente los rasgos de la novela idílica o de adolescencia. Además de éxito editorial indiscutible, María constituye también una fuente de influencia muy poderosa en la novelística hispanoamericana que la hace ocupar un lugar muy destacado en las letras del continente.

La tendencia post-romántica de exaltación de lo regional y típico y cierta necesidad de diferenciación nacional, desemboca en la literatura costumbrista. Si bien la novela no es aquí tampoco el género más favorecido para encausar estos propósitos (a decir verdad, el cuento es el género más propicio y por eso muchas de las novelas costumbristas de la época no son más que cuentos ensanchados mediante la inclusión de un extenso material descriptivo), se puede afirmar a cambio que se constituye en un puente a lo que poseerá mayor envergadura en el país: la novela realista.

De un lado, la novela costumbrista hereda del romanticismo la figura idealizada del campesino, de otro, pese a su fin didáctico y moralizante, pone en la mira con entusiasmo patriótico las notas distintivas de la nacionalidad. Se destacan autores como José María Vergara y Vergara con su obra Olivos y aceitunos todos son unos (1868) y José María Samper con novelas como Martín Flórez (1866) y El poeta soldado (1880). Pero quizás las novelas que mejor muestran el modo particular como el género asumió la línea costumbrista en Colombia son las de Eugenio Díaz y Luis Segundo de Silvestre: Manuela (1866) y Tránsito (1886) respectivamente. La primera todavía impregnada de un romanticismo emotivo; la segunda mucho mejor estructurada, con un tratamiento mucho más artístico de los cuadros de costumbres, con un trama clara y un hondo sentido humano en sus personajes, aparte de su valor documental.

Tomado del portal web: http://www.javeriana.edu.co/narrativa_colombiana

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