ESTRATEGIAS DE APOYO – LENGUA CASTELLANA - GRADO OCTAVO
SEGUNDO PERÍODO ACADÉMICO
AÑO LECTIVO 2014-2015
Nota: El taller debe presentarse en hojas tamaño carta, escrito a mano,
normas de ICONTEC (portada, letra legible, márgenes y bibliografía). Debe realizarse
de manera individual.
- A partir de los momentos de la literatura colombiana vistos en
clase (Romanticismo y Costumbrismo) y el contexto histórico de la época de
la ilustración e independencia realiza un collage donde evidencies las
características y rasgos particulares de estos movimientos artísticos
literarios.
El collage debe ser en un octavo de cartón paja, cartulina o fomí.
- A partir de este texto sobre
el romanticismo colombiano elabora un mapa conceptual y una opinión
crítica sobre lo que te pareció importante del texto.
Novela post-romántica y costumbrista
El romanticismo en sus distintas vertientes: desde la evocación
escapista, hasta la proclama revolucionaria, pasando por la efusión lírica y
sentimental, tuvo su cultivo en Colombia, aunque no siempre con afortunada
calidad. Las primeras obras de este periodo estuvieron guiadas, bien por un
afán de recuperar un supuesto espíritu caballeresco de la conquista, bien por
una sublimación poética y filosófica del aborigen de América. En orden
cronológico, las primeras novelas colombianas del periodo corresponden a las
escritas por el cartagenero Juan José Nieto: Ingermina, publicada en 1844 y Los
moriscos de 1845, ambas novelas históricas. La primera es un relato que tiene
como trasfondo las sublevaciones de los indios Calamares, antiguos pobladores
de Cartagena en los primeros tiempos de la conquista, y tiene la particularidad
de desarrollar una trama amorosa de corte caballeresco entre Alfonso de Ojeda,
hermano de Pedro, el conquistador, y la princesa indígena Ingermina, en un
intento por rehabilitar la conquista y poetizar, simultáneamente, al indio. Los
moriscos relatan los sufrimientos de una familia mora a causa de su expulsión
de España, tras el decreto de 1609.
Es una obra llena todavía de influencias claras de autores como Byron,
Lamartine o Chateaubriand, que sigue los procedimientos melodramáticos de
Walter Scott, pero que tiene el mérito de haber inventado los personajes de la
trama central, con lo que lo histórico pasa a desempeñar la función de
ambientación del relato.
Otro autor de novelas históricas es Felipe Pérez, conocido por tratar de
manera rigurosa el tema del imperio incaico. En su novela Los gigantes (1875),
sin embargo, Pérez hace protagonista de sus relatos a los chibchas (indios que
habitaban la región que hoy es Colombia), a quienes coloca como actores
principales de la independencia de la Nueva Granada. En esta obra, como en las
de tema incaico, se promueve la idea del buen salvaje, y así se ve a los indios
enfrentados a los males de la conquista y desterrados de su arcadia por la
exagerada codicia española, patrocinadora de batallas sanguinarias y crueles.
Además de estas obras de corte histórico, Pérez produjo otras de fondo social y
de aventuras, como El caballero de Rauzán (1887) que refleja más claramente el
ambiente romántico en que el escritor se había formado.
Pero también en este periodo inicial de la producción novelesca se da
una vertiente que intenta presentar los usos y maneras de una vida colonial
apacible que los autores echan de menos. Obras como El oidor (1845) de José
Antonio de Plaza, Don Alvaro (1871) y Juana labruja (1894) de José Caicedo
Rojas o y El alférez real. Crónica de Cali en el siglo XVIII (1886), son buenos
ejemplos de esta tendencia. Esta última novela es tal vez la de mayor calidad
por su logrado equilibrio entre los elementos didácticos y narrativos, y por la
menor sobrevaloración del ambiente, así como por la perfección de su estilo y
la autoridad documental que despliega.
El giro hacia lo local costumbrista y hacia lo presente en las novelas
postrománticas no es muy afortunado. Si bien, se escriben muchas novelas
(muchas de ellas dedicadas a narrar lo que podría enunciarse como los misterios
de Santafé: sus secretos y terrores), sólo algunas alcanzan cierta notoriedad.
De entre lo destacable se encuentra la producción de doña Soledad Acosta de
Samper, la mejor novelista colombiana del siglo XIX, quien cultivó el género
histórico en novelas como una Holandesa en América (1869), donde ese narra el
alzamiento del general Melo y se describen las costumbres campesinas de
Holanda, así como Aventuras de un español entre los indios de las Antillas
(1905), donde narra la conquista y colonización de Cuba, Puerto Rico y Santo
Domingo.
Correspondiente a este periodo, pero de otro corte, se publica en
Colombia (1867) María, de Jorge Isaacs, la obra más leída de América en su
momento; novela que incorpora a las letras nacionales las resonancias líricas
de un paisaje autóctono y el romanticismo sentimental europeo. María recoge de
algún modo cierta simpatía hacia la melancólica sentimentalidad, así como un
romanticismo erótico, poco cultivado en el país.
Todas las categorías del romanticismo sentimental se encuentran allí
ejecutadas con serenidad y elegancia: las lágrimas, el tema sepulcral, el
triunfo de la muerte, la idealización romántica de la figura femenina, pero
también el paisaje y la naturaleza confundidos con el estado de ánimo. Junto a
ese aire romántico universal, la novela también enseñó a los lectores
hispanoamericanos, muchas características nacionales; un localismo que se
encuentra estéticamente muy bien logrado, en la medida en que el costumbrismo
que se refleja es involuntario y artístico a la vez.
Es posible achacar a María su falta de hondura en la discriminación
sicológica, la insistencia en la pasión para mover al llanto, su melosería y
hasta su fragilidad en la trama, pero en realidad la novela se sostiene no sólo
por su masiva recepción, sino por su conciencia de género, pues son estos
precisamente los rasgos de la novela idílica o de adolescencia. Además de éxito
editorial indiscutible, María constituye también una fuente de influencia muy
poderosa en la novelística hispanoamericana que la hace ocupar un lugar muy
destacado en las letras del continente.
La tendencia post-romántica de exaltación de lo regional y típico y
cierta necesidad de diferenciación nacional, desemboca en la literatura
costumbrista. Si bien la novela no es aquí tampoco el género más favorecido
para encausar estos propósitos (a decir verdad, el cuento es el género más
propicio y por eso muchas de las novelas costumbristas de la época no son más
que cuentos ensanchados mediante la inclusión de un extenso material
descriptivo), se puede afirmar a cambio que se constituye en un puente a lo que
poseerá mayor envergadura en el país: la novela realista.
De un lado, la novela costumbrista hereda del romanticismo la figura
idealizada del campesino, de otro, pese a su fin didáctico y moralizante, pone
en la mira con entusiasmo patriótico las notas distintivas de la nacionalidad.
Se destacan autores como José María Vergara y Vergara con su obra Olivos y
aceitunos todos son unos (1868) y José María Samper con novelas como Martín
Flórez (1866) y El poeta soldado (1880). Pero quizás las novelas que mejor
muestran el modo particular como el género asumió la línea costumbrista en
Colombia son las de Eugenio Díaz y Luis Segundo de Silvestre: Manuela (1866) y
Tránsito (1886) respectivamente. La primera todavía impregnada de un romanticismo
emotivo; la segunda mucho mejor estructurada, con un tratamiento mucho más
artístico de los cuadros de costumbres, con un trama clara y un hondo sentido
humano en sus personajes, aparte de su valor documental.
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