martes, 8 de abril de 2014

 ACTIVIDADES DE APOYO  – LENGUA CASTELLANA - GRADO UNDÉCIMO
TERCER PERÍODO ACADÉMICO

 

Nota: El taller debe presentarse en hojas tamaño carta, escrito a mano, normas de ICONTEC (portada, letra legible, márgenes y bibliografía).



1. Lee completo el cuento El gato negro  de Edgar Allan Poe y responde las siguientes preguntas:

·         ¿Qué explicación le das a este extraño suceso?
·         ¿Crees que el personaje es un asesino a sangre fría o sólo es una víctima de las circunstancias que le toco vivir?
·         Si tuvieras que describir el cuento con un color, ¿cuál sería y por qué?
·         Si tuvieras que ubicar el cuento en un momento exacto del día (al amanecer, al mediodía, a la medianoche), ¿en cuál lo harías y por qué?
·         ¿Por qué los gatos negros están tan fuertemente ligados, en nuestra cultura, con la maldad y lo demoniaco?
·         De acuerdo a las características generales del Romanticismo,  escribe un texto (en una página) en el que demuestres que el cuento El gato negro, de Allan Poe, realmente pertenece al movimiento romántico.

EL GATO NEGRO
EDGAR ALLAN POE

No espero ni pido que alguien crea en el extraño aunque simple relato que me dispongo a escribir. Loco estaría si lo esperara, cuando mis sentidos rechazan su propia evidencia. Pero no estoy loco y sé muy bien que esto no es un sueño. Mañana voy a morir y quisiera aliviar hoy mi alma. Mi propósito inmediato consiste en poner de manifiesto, simple, sucintamente y sin comentarios, una serie de episodios domésticos. Las consecuencias de esos episodios me han aterrorizado, me han torturado y, por fin, me han destruido. Pero no intentaré explicarlos. Si para mí han sido horribles, para otros resultarán menos espantosos que barrocos. Más adelante, tal vez, aparecerá alguien cuya inteligencia reduzca mis fantasmas a lugares comunes; una inteligencia más serena, más lógica y mucho menos excitable que la mía, capaz de ver en las circunstancias que temerosamente describiré, una vulgar sucesión de causas y efectos naturales.
Desde la infancia me destaqué por la docilidad y bondad de mi carácter. La ternura que abrigaba mi corazón era tan grande que llegaba a convertirme en objeto de burla para mis compañeros. Me gustaban especialmente los animales, y mis padres me permitían tener una gran variedad. Pasaba a su lado la mayor parte del tiempo, y jamás me sentía más feliz que cuando les daba de comer y los acariciaba. Este rasgo de mi carácter creció conmigo y, cuando llegué a la virilidad, se convirtió en una de mis principales fuentes de placer. Aquellos que alguna vez han experimentado cariño hacia un perro fiel y sagaz no necesitan que me moleste en explicarles la naturaleza o la intensidad de la retribución que recibía. Hay algo en el generoso y abnegado amor de un animal que llega directamente al corazón de aquel que con frecuencia ha probado la falsa amistad y la frágil fidelidad del hombre.

Me casé joven y tuve la alegría de que mi esposa compartiera mis preferencias. Al observar mi gusto por los animales domésticos, no perdía oportunidad de procurarme los más agradables de entre ellos. Teníamos pájaros, peces de colores, un hermoso perro, conejos, un monito y un gato.

Este último era un animal de notable tamaño y hermosura, completamente negro y de una sagacidad asombrosa. Al referirse a su inteligencia, mi mujer, que en el fondo era no poco supersticiosa, aludía con frecuencia a la antigua creencia popular de que todos los gatos negros son brujas metamorfoseadas. No quiero decir que lo creyera seriamente, y sólo menciono la cosa porque acabo de recordarla.

Plutón -tal era el nombre del gato- se había convertido en mi favorito y mi camarada. Sólo yo le daba de comer y él me seguía por todas partes en casa. Me costaba mucho impedir que anduviera tras de mí en la calle.

Nuestra amistad duró así varios años, en el curso de los cuales (enrojezco al confesarlo) mi temperamento y mi carácter se alteraron radicalmente por culpa del demonio. Intemperancia. Día a día me fui volviendo más melancólico, irritable e indiferente hacia los sentimientos ajenos. Llegué, incluso, a hablar descomedidamente a mi mujer y terminé por infligirle violencias personales. Mis favoritos, claro está, sintieron igualmente el cambio de mi carácter. No sólo los descuidaba, sino que llegué a hacerles daño. Hacia Plutón, sin embargo, conservé suficiente consideración como para abstenerme de maltratarlo, cosa que hacía con los conejos, el mono y hasta el perro cuando, por casualidad o movidos por el afecto, se cruzaban en mi camino. Mi enfermedad, empero, se agravaba -pues, ¿qué enfermedad es comparable al alcohol?-, y finalmente el mismo Plutón, que ya estaba viejo y, por tanto, algo enojadizo, empezó a sufrir las consecuencias de mi mal humor.

Una noche en que volvía a casa completamente embriagado, después de una de mis correrías por la ciudad, me pareció que el gato evitaba mi presencia. Lo alcé en brazos, pero, asustado por mi violencia, me mordió ligeramente en la mano. Al punto se apoderó de mí una furia demoníaca y ya no supe lo que hacía. Fue como si la raíz de mi alma se separara de golpe de mi cuerpo; una maldad más que diabólica, alimentada por la ginebra, estremeció cada fibra de mi ser. Sacando del bolsillo del chaleco un cortaplumas, lo abrí mientras sujetaba al pobre animal por el pescuezo y, deliberadamente, le hice saltar un ojo. Enrojezco, me abraso, tiemblo mientras escribo tan condenable atrocidad.

Cuando la razón retornó con la mañana, cuando hube disipado en el sueño los vapores de la orgía nocturna, sentí que el horror se mezclaba con el remordimiento ante el crimen cometido; pero mi sentimiento era débil y ambiguo, no alcanzaba a interesar al alma. Una vez más me hundí en los excesos y muy pronto ahogué en vino los recuerdos de lo sucedido.

El gato, entretanto, mejoraba poco a poco. Cierto que la órbita donde faltaba el ojo presentaba un horrible aspecto, pero el animal no parecía sufrir ya. Se paseaba, como de costumbre, por la casa, aunque, como es de imaginar, huía aterrorizado al verme. Me quedaba aún bastante de mi antigua manera de ser para sentirme agraviado por la evidente antipatía de un animal que alguna vez me había querido tanto. Pero ese sentimiento no tardó en ceder paso a la irritación. Y entonces, para mi caída final e irrevocable, se presentó el espíritu de la perversidad. La filosofía no tiene en cuenta a este espíritu; y, sin embargo, tan seguro estoy de que mi alma existe como de que la perversidad es uno de los impulsos primordiales del corazón humano, una de las facultades primarias indivisibles, uno de esos sentimientos que dirigen el carácter del hombre. ¿Quién no se ha sorprendido a sí mismo cien veces en momentos en que cometía una acción tonta o malvada por la simple razón de que no debía cometerla? ¿No hay en nosotros una tendencia permanente, que enfrenta descaradamente al buen sentido, una tendencia a transgredir lo que constituye la Ley por el solo hecho de serlo? Este espíritu de perversidad se presentó, como he dicho, en mi caída final. Y el insondable anhelo que tenía mi alma de vejarse a sí misma, de violentar su propia naturaleza, de hacer mal por el mal mismo, me incitó a continuar y, finalmente, a consumar el suplicio que había infligido a la inocente bestia. Una mañana, obrando a sangre fría, le pasé un lazo por el pescuezo y lo ahorqué en la rama de un árbol; lo ahorqué mientras las lágrimas manaban de mis ojos y el más amargo remordimiento me apretaba el corazón; lo ahorqué porque recordaba que me había querido y porque estaba seguro de que no me había dado motivo para matarlo; lo ahorqué porque sabía que, al hacerlo, cometía un pecado, un pecado mortal que comprometería mi alma hasta llevarla -si ello fuera posible- más allá del alcance de la infinita misericordia del Dios más misericordioso y más terrible.
La noche de aquel mismo día en que cometí tan cruel acción me despertaron gritos de: "¡Incendio!" Las cortinas de mi cama eran una llama viva y toda la casa estaba ardiendo. Con gran dificultad pudimos escapar de la conflagración mi mujer, un sirviente y yo. Todo quedó destruido. Mis bienes terrenales se perdieron y desde ese momento tuve que resignarme a la desesperanza.

No incurriré en la debilidad de establecer una relación de causa y efecto entre el desastre y mi criminal acción. Pero estoy detallando una cadena de hechos y no quiero dejar ningún eslabón incompleto. Al día siguiente del incendio acudí a visitar las ruinas. Salvo una, las paredes se habían desplomado. La que quedaba en pie era un tabique divisorio de poco espesor, situado en el centro de la casa, y contra el cual se apoyaba antes la cabecera de mi lecho. El enlucido había quedado a salvo de la acción del fuego, cosa que atribuí a su reciente aplicación. Una densa muchedumbre habíase reunido frente a la pared y varias personas parecían examinar parte de la misma con gran atención y detalle. Las palabras "¡extraño!, ¡curioso!" y otras similares excitaron mi curiosidad. Al aproximarme vi que en la blanca superficie, grabada como un bajorrelieve, aparecía la imagen de un gigantesco gato. El contorno tenía una nitidez verdaderamente maravillosa. Había una soga alrededor del pescuezo del animal.

Al descubrir esta aparición -ya que no podía considerarla otra cosa- me sentí dominado por el asombro y el terror. Pero la reflexión vino luego en mi ayuda. Recordé que había ahorcado al gato en un jardín contiguo a la casa. Al producirse la alarma del incendio, la multitud había invadido inmediatamente el jardín: alguien debió de cortar la soga y tirar al gato en mi habitación por la ventana abierta. Sin duda, habían tratado de despertarme en esa forma. Probablemente la caída de las paredes comprimió a la víctima de mi crueldad contra el enlucido recién aplicado, cuya cal, junto con la acción de las llamas y el amoniaco del cadáver, produjo la imagen que acababa de ver.

Si bien en esta forma quedó satisfecha mi razón, ya que no mi conciencia, sobre el extraño episodio, lo ocurrido impresionó profundamente mi imaginación. Durante muchos meses no pude librarme del fantasma del gato, y en todo ese tiempo dominó mi espíritu un sentimiento informe que se parecía, sin serlo, al remordimiento. Llegué al punto de lamentar la pérdida del animal y buscar, en los viles antros que habitualmente frecuentaba, algún otro de la misma especie y apariencia que pudiera ocupar su lugar.

Una noche en que, borracho a medias, me hallaba en una taberna más que infame, reclamó mi atención algo negro posado sobre uno de los enormes toneles de ginebra que constituían el principal moblaje del lugar. Durante algunos minutos había estado mirando dicho tonel y me sorprendió no haber advertido antes la presencia de la mancha negra en lo alto. Me aproximé y la toqué con la mano. Era un gato negro muy grande, tan grande como Plutón y absolutamente igual a éste, salvo un detalle. Plutón no tenía el menor pelo blanco en el cuerpo, mientras este gato mostraba una vasta aunque indefinida mancha blanca que le cubría casi todo el pecho.

Al sentirse acariciado se enderezó prontamente, ronroneando con fuerza, se frotó contra mi mano y pareció encantado de mis atenciones. Acababa, pues, de encontrar el animal que precisamente andaba buscando. De inmediato, propuse su compra al tabernero, pero me contestó que el animal no era suyo y que jamás lo había visto antes ni sabía nada de él.

Continué acariciando al gato y, cuando me disponía a volver a casa, el animal pareció dispuesto a acompañarme. Le permití que lo hiciera, deteniéndome una y otra vez para inclinarme y acariciarlo. Cuando estuvo en casa, se acostumbró a ella de inmediato y se convirtió en el gran favorito de mi mujer.

Por mi parte, pronto sentí nacer en mí una antipatía hacia aquel animal. Era exactamente lo contrario de lo que había anticipado, pero -sin que pueda decir cómo ni por qué- su marcado cariño por mí me disgustaba y me fatigaba. Gradualmente, el sentimiento de disgusto y fatiga creció hasta alcanzar la amargura del odio. Evitaba encontrarme con el animal; un resto de vergüenza y el recuerdo de mi crueldad de antaño me vedaban maltratarlo. Durante algunas semanas me abstuve de pegarle o de hacerlo víctima de cualquier violencia; pero gradualmente -muy gradualmente- llegué a mirarlo con inexpresable odio y a huir en silencio de su detestable presencia, como si fuera una emanación de la peste.

Lo que, sin duda, contribuyó a aumentar mi odio fue descubrir, a la mañana siguiente de haberlo traído a casa, que aquel gato, igual que Plutón, era tuerto. Esta circunstancia fue precisamente la que lo hizo más grato a mi mujer, quien, como ya dije, poseía en alto grado esos sentimientos humanitarios que alguna vez habían sido mi rasgo distintivo y la fuente de mis placeres más simples y más puros.

El cariño del gato por mí parecía aumentar en el mismo grado que mi aversión. Seguía mis pasos con una pertinencia que me costaría hacer entender al lector. Dondequiera que me sentara venía a ovillarse bajo mi silla o saltaba a mis rodillas, prodigándome sus odiosas caricias. Si echaba a caminar, se metía entre mis pies, amenazando con hacerme caer, o bien clavaba sus largas y afiladas uñas en mis ropas, para poder trepar hasta mi pecho. En esos momentos, aunque ansiaba aniquilarlo de un solo golpe, me sentía paralizado por el recuerdo de mi primer crimen, pero sobre todo -quiero confesarlo ahora mismo- por un espantoso temor al animal.

Aquel temor no era precisamente miedo de un mal físico y, sin embargo, me sería imposible definirlo de otra manera. Me siento casi avergonzado de reconocer, sí, aún en esta celda de criminales me siento casi avergonzado de reconocer que el terror, el espanto que aquel animal me inspiraba, era intensificado por una de las más insensatas quimeras que sería dado concebir. Más de una vez mi mujer me había llamado la atención sobre la forma de la mancha blanca de la cual ya he hablado, y que constituía la única diferencia entre el extraño animal y el que yo había matado. El lector recordará que esta mancha, aunque grande, me había parecido al principio de forma indefinida; pero gradualmente, de manera tan imperceptible que mi razón luchó durante largo tiempo por rechazarla como fantástica, la mancha fue asumiendo un contorno de rigurosa precisión. Representaba ahora algo que me estremezco al nombrar, y por ello odiaba, temía y hubiera querido librarme del monstruo si hubiese sido capaz de atreverme; representaba, digo, la imagen de una cosa atroz, siniestra..., ¡la imagen del patíbulo! ¡Oh lúgubre y terrible máquina del horror y del crimen, de la agonía y de la muerte!

Me sentí entonces más miserable que todas las miserias humanas. ¡Pensar que una bestia, cuyo semejante había yo destruido desdeñosamente, una bestia era capaz de producir tan insoportable angustia en un hombre creado a imagen y semejanza de Dios! ¡Ay, ni de día ni de noche pude ya gozar de la bendición del reposo! De día, aquella criatura no me dejaba un instante solo; de noche, despertaba hora a hora de los más horrorosos sueños, para sentir el ardiente aliento de la cosa en mi rostro y su terrible peso -pesadilla encarnada de la que no me era posible desprenderme- apoyado eternamente sobre mi corazón.

Bajo el agobio de tormentos semejantes, sucumbió en mí lo poco que me quedaba de bueno. Sólo los malos pensamientos disfrutaban ya de mi intimidad; los más tenebrosos, los más perversos pensamientos. La melancolía habitual de mi humor creció hasta convertirse en aborrecimiento de todo lo que me rodeaba y de la entera humanidad; y mi pobre mujer, que de nada se quejaba, llegó a ser la habitual y paciente víctima de los repentinos y frecuentes arrebatos de ciega cólera a que me abandonaba.

Cierto día, para cumplir una tarea doméstica, me acompañó al sótano de la vieja casa donde nuestra pobreza nos obligaba a vivir. El gato me siguió mientras bajaba la empinada escalera y estuvo a punto de tirarme cabeza abajo, lo cual me exasperó hasta la locura. Alzando un hacha y olvidando en mi rabia los pueriles temores que hasta entonces habían detenido mi mano, descargué un golpe que hubiera matado instantáneamente al animal de haberlo alcanzado. Pero la mano de mi mujer detuvo su trayectoria. Entonces, llevado por su intervención a una rabia más que demoníaca, me zafé de su abrazo y le hundí el hacha en la cabeza. Sin un solo quejido, cayó muerta a mis pies.

Cumplido este espantoso asesinato, me entregué al punto y con toda sangre fría a la tarea de ocultar el cadáver. Sabía que era imposible sacarlo de casa, tanto de día como de noche, sin correr el riesgo de que algún vecino me observara. Diversos proyectos cruzaron mi mente. Por un momento pensé en descuartizar el cuerpo y quemar los pedazos. Luego se me ocurrió cavar una tumba en el piso del sótano. Pensé también si no convenía arrojar el cuerpo al pozo del patio o meterlo en un cajón, como si se tratara de una mercadería común, y llamar a un mozo de cordel para que lo retirara de casa. Pero, al fin, di con lo que me pareció el mejor expediente y decidí emparedar el cadáver en el sótano, tal como se dice que los monjes de la Edad Media emparedaban a sus víctimas.

El sótano se adaptaba bien a este propósito. Sus muros eran de material poco resistente y estaban recién revocados con un mortero ordinario, que la humedad de la atmósfera no había dejado endurecer. Además, en una de las paredes se veía la saliencia de una falsa chimenea, la cual había sido rellenada y tratada de manera semejante al resto del sótano. Sin lugar a dudas, sería muy fácil sacar los ladrillos en esa parte, introducir el cadáver y tapar el agujero como antes, de manera que ninguna mirada pudiese descubrir algo sospechoso.

No me equivocaba en mis cálculos. Fácilmente saqué los ladrillos con ayuda de una palanca y, luego de colocar cuidadosamente el cuerpo contra la pared interna, lo mantuve en esa posición mientras aplicaba de nuevo la mampostería en su forma original. Después de procurarme argamasa, arena y cerda, preparé un enlucido que no se distinguía del anterior y revoqué cuidadosamente el nuevo enladrillado. Concluida la tarea, me sentí seguro de que todo estaba bien. La pared no mostraba la menor señal de haber sido tocada. Había barrido hasta el menor fragmento de material suelto. Miré en torno, triunfante, y me dije: "Aquí, por lo menos, no he trabajado en vano".

Mi paso siguiente consistió en buscar a la bestia causante de tanta desgracia, pues al final me había decidido a matarla. Si en aquel momento el gato hubiera surgido ante mí, su destino habría quedado sellado, pero, por lo visto, el astuto animal, alarmado por la violencia de mi primer acceso de cólera, se cuidaba de aparecer mientras no cambiara mi humor. Imposible describir o imaginar el profundo, el maravilloso alivio que la ausencia de la detestada criatura trajo a mi pecho. No se presentó aquella noche, y así, por primera vez desde su llegada a la casa, pude dormir profunda y tranquilamente; sí, pude dormir, aun con el peso del crimen sobre mi alma.

Pasaron el segundo y el tercer día y mi atormentador no volvía. Una vez más respiré como un hombre libre. ¡Aterrado, el monstruo había huido de casa para siempre! ¡Ya no volvería a contemplarlo! Gozaba de una suprema felicidad, y la culpa de mi negra acción me preocupaba muy poco. Se practicaron algunas averiguaciones, a las que no me costó mucho responder. Incluso hubo una perquisición en la casa; pero, naturalmente, no se descubrió nada. Mi tranquilidad futura me parecía asegurada.

Al cuarto día del asesinato, un grupo de policías se presentó inesperadamente y procedió a una nueva y rigurosa inspección. Convencido de que mi escondrijo era impenetrable, no sentí la más leve inquietud. Los oficiales me pidieron que los acompañara en su examen. No dejaron hueco ni rincón sin revisar. Al final, por tercera o cuarta vez, bajaron al sótano. Los seguí sin que me temblara un solo músculo. Mi corazón latía tranquilamente, como el de aquel que duerme en la inocencia. Me paseé de un lado al otro del sótano. Había cruzado los brazos sobre el pecho y andaba tranquilamente de aquí para allá. Los policías estaban completamente satisfechos y se disponían a marcharse. La alegría de mi corazón era demasiado grande para reprimirla. Ardía en deseos de decirles, por lo menos, una palabra como prueba de triunfo y confirmar doblemente mi inocencia.

-Caballeros -dije, por fin, cuando el grupo subía la escalera-, me alegro mucho de haber disipado sus sospechas. Les deseo felicidad y un poco más de cortesía. Dicho sea de paso, caballeros, esta casa está muy bien construida... (En mi frenético deseo de decir alguna cosa con naturalidad, casi no me daba cuenta de mis palabras). Repito que es una casa de excelente construcción. Estas paredes... ¿ya se marchan ustedes, caballeros?... tienen una gran solidez.

Y entonces, arrastrado por mis propias bravatas, golpeé fuertemente con el bastón que llevaba en la mano sobre la pared del enladrillado tras de la cual se hallaba el cadáver de la esposa de mi corazón.

¡Que Dios me proteja y me libre de las garras del archidemonio! Apenas había cesado el eco de mis golpes cuando una voz respondió desde dentro de la tumba. Un quejido, sordo y entrecortado al comienzo, semejante al sollozar de un niño, que luego creció rápidamente hasta convertirse en un largo, agudo y continuo alarido, anormal, como inhumano, un aullido, un clamor de lamentación, mitad de horror, mitad de triunfo, como sólo puede haber brotado en el infierno de la garganta de los condenados en su agonía y de los demonios exultantes en la condenación.


Hablar de lo que pensé en ese momento sería locura. Presa de vértigo, fui tambaleándome hasta la pared opuesta. Por un instante el grupo de hombres en la escalera quedó paralizado por el terror. Luego, una docena de robustos brazos atacaron la pared, que cayó de una pieza. El cadáver, ya muy corrompido y manchado de sangre coagulada, apareció de pie ante los ojos de los espectadores. Sobre su cabeza, con la roja boca abierta y el único ojo como de fuego, estaba agazapada la horrible bestia cuya astucia me había inducido al asesinato y cuya voz delatadora me entregaba al verdugo. ¡Había emparedado al monstruo en la tumba!
ACTIVIDADES DE APOYO-GRADO DÉCIMO
TERCER PERIODO


Bebés-bomba

En todas las esquinas, delante de todos los semáforos, en medio de todos los trancones del tráfico de Bogotá, se agolpa una muchedumbre. Niños que limpian a la fuerza los vidrios de los carros; ancianos de muleta que piden limosna casi en silencio; vendedores de flores del páramo, de mandarinas, de papayas; desechables drogados que amenazan con  una varilla de hierro; hombres cetrinos de corrosca con un letrero en un cartón  que explica que son desplazados de la violencia; muchachos y muchachas vestidos de colores que ofrecen tarjetas de teléfono, tableros de jugar a las damas, servilletas de fique (…), y mujeres gordas que cargan un bebé. Desde detrás de los vidrios cerrados de los carros blindados, inmovilizados en el atasco, las señoras burguesas se ponen en guarda, sobre todo, contra estas mujeres que cargan un bebé, que por lo visto son particularmente peligrosas.

-¿Por qué?- se pregunta uno-. ¿Son bebés-bomba?

-No. Pero los alquilan para pedir limosna. Pobres bebés.

Pobres bebés, sí: cómo empiezan la vida. Y cómo siguen la vida esos niños de 5 años que limpian vidrios a la fuerza, sin que les den una moneda; y esos adolescentes que intentan en vano vender panelitas de miel; y esos hombres desesperados de letrero; y esos miserables, desechos ya por la vida, que se acercan blandiendo una varilla, tan peligrosa como un bebé. Pero, el letrero, la varilla de hierro, el bebé de alquiler son herramientas de trabajo. Sin ellas, no comerían.

No son sólo tullidos y ancianos casi sin voz los que piden limosna en los semáforos para tener con qué comer. Sino también hombres sanos y fuertes, mujeres en la flor de la edad, jóvenes que muestran su agilidad y su destreza en juegos de malabares y piruetas de circo, y que, para comer, son capaces hasta de tragar fuego. Y que hay en las calles tantos tullidos y tantos viejos y tantos desechables drogados con pegante dice mucho de este país: el abandono. Pero que haya tantos muchachos fuertes y saludables mendigando dice todavía más: la agresión. Otros se defienden de la agresión: atracan, roban relojes, asaltan bancos, se meten de guerrilleros o de paramilitares, salen por la mañana a buscar lo del diario para que coman la mujer y los niños, llevando entre dientes un c cuchillo como una herramienta de trabajo. Es el rebusque. No sé que digan las falaces estadísticas oficiales que publica el gobierno, pero salta a la vista que por lo menos la mitad de la población colombiana vive del rebusque.

Y el rebusque tiene más consecuencias perniciosas  que las que saltan a la vista. No es sólo el mal vivir, el horrendo vivir de la mitad de la población de este país.  Es además la zozobra en la que se sume la vida de la otra mitad: el miedo al varillero, el miedo al secuestrador, el miedo al bebé del semáforo.  El rebusque no sólo es improductivo, sino además es destructivo. No sólo no da ganancias, sino que produce pérdidas. El rebusque no es sólo el ardiente clavo de la salvación, sino, sobre todo, la puntilla final de la aniquilación. Y ese rebusque que nos destruye tiene la particularidad perversa  de que no es el resultado de un cataclismo de la naturaleza, inesperado e inevitable, sino que es el fruto deliberadamente  madurado de la política adelantada, desde hace decenios, por las clases dirigentes de este país. Simplificando: por los que están detrás de los vidrios de los carros blindados inmovilizados en el atasco del tráfico. Una política criminal. Pero, además, una política suicida. Una política que acaba por matar a todos. (…)
Antonio Caballero, revista Semana, No. 1015,
15-22 der octubre de 2002, pág. 122.



 Según el comentario anterior:
1.    ¿Cuál es el propósito del autor, es decir, qué es lo que pretende?
2.    Transcriba una frase con la que esté de acuerdo y otra con la cual no esté de acuerdo. En cada caso, explique porqué.
3.    ¿Cómo podría sustentar que Antonio Caballero cumple con las condiciones que se exigen de un comentarista?
4.     Escoja uno de los siguientes temas para que desarrolle un comentario. Tenga en cuenta las pautas estudiadas en clase:
·         La intolerancia entre los colombianos.
·         El proceso de paz en nuestro país.
·         La imagen de Colombia en el exterior.




ACTIVIDADES DE APOYO– LENGUA CASTELLANA - GRADO  NOVENO
TERCER PERÍODO ACADÉMICO


1) Después de leer el siguiente hipervínculo responde:

·         A qué generación pertenece “Remedios la bella”, de quien era hija y qué tipo de relación tenían sus padres.
·         ¿Quiénes dan origen a la saga Buendía?.
·         ¿Cuál es el símbolo de Mauricio Babilonia, a que generación pertenece y de quien era hijo?




2) “En la narrativa del boom se  describen cosas irreales, como si fueran reales y cotidianas y las cosas cotidianas, como si fuesen irreales; se renueva el lenguaje y las técnicas narrativas y las historias, que pueden estar basadas en sucesos de la vida real, incorporan elementos extraños, fantásticos o legendarios.”

Explica la anterior afirmación empleando tres ejemplos de la literatura del Boom.

3) Investigue la estructura de una obra dramática.

4) elaborar un mapa conceptual con base en sus conocimientos sobre el género dramático



 ACTIVIDADES DE APOYO
GRADO OCTAVO
TERCER PERIODO



1-      Teniendo en cuenta lo visto en clase sobre la narrativa colombiana, lee el siguiente texto y elabora un cuadro comparativo entre los movimientos literarios MODERNISMO Y REALISMO.
EL REALISMO
Hay que situar al Realismo dentro de las corrientes de pensamiento de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX en Europa. Es en este movimiento donde la novela se fortalece como expresión artística de los conflictos sociales de la época. En ella se hace una descripción y una observación minuciosa de las problemáticas, defectos y costumbres de la sociedad a manera de un Realismo social. Para escritores franceses como Gustavo Flaubert, Stendhal y Honoré de Balzac el hombre moderno es complejo y la novela es el espacio ideal para representarlo. Por tanto, el Realismo (en este caso Colombia) buscaba observar el mundo humano y material para retratarlo a partir de descripciones detalladas, en donde se presentaran no solamente las costumbres de los distintos grupos sociales, sino la manera como el poder y la violencia impedían el desarrollo de un Estado equitativo y justo. Así la literatura se convirtió en la expresión más autentica de la situación del país, de una manera rica e innovadora. En este ámbito, aparecen tres novelistas representativos de la gran literatura colombiana José Eustasio Rivera con “La Vorágine”, José Antonio Osorio Lizarazo y Eduardo Zalamea Borda.
Una rama o vertiente importante de esta narrativa es conocida como el Realismo Mágico definido exactamente como esa mezcla entre la realidad y la fantasía propia de la literatura hispanoamericana. Según Alejo Carpentier uno de los autores precursores, el Realismo Mágico se presentará casi como un milagro, como si de pronto enfocaras un objeto por un lado inhabitual, o dejaras caer sobre su lado oculto toda la luz, surgiendo una visión enriquecida de la realidad. El autor colombiano Gabriel García Márquez con su obra “Cien años de soledad” publicada en 1967 se ha convertido en uno de los mayores representantes de este género.  
2-      Tomando como punto de partida las características del género dramático y la estructura del monólogo, observa la película “La pelota de letras” de Andrés López. Escoge uno de los subtemas del monólogo y relaciónalo con tu experiencia para escribir un discurso que voluntariamente podrás representar ante tus compañeros.


3-      Partiendo de lo visto en clase sobre tipos de textos, realiza un INFORME detallado sobre el contenido y la intencionalidad de la película de Andrés López.  
 TALLER DE APOYO
GRADO SEPTIMO
TERCER PERIODO


“La lectura es a la mente lo que el ejercicio al cuerpo.”Joseph Addison (1672-1719) Ensayista, poeta y dramaturgo inglés.

Realiza este taller  presentando un trabajo escrito, teniendo en cuenta las normas Icontec: portada, letra arial 12, márgenes y bibliografía.


1.    Basándote en tus conocimientos referentes al teatro elabora un mapa conceptual.


2.    Es hora de crear tu propio parlamento: con base en el minicuento “EL DINOSAURIO” DE Augusto Monterroso escribe el posible diálogo que se genere a partir del suceso.

3.    A partir de la lectura de uno de los guiones teatrales leídos en clase, elabora un comic que evidencie lo más relevante de la historia.


ACTIVIDADES DE APOYO
GRADO 6°
TERCER PERIODO



LA RISA EXTRAVIADA

(Un hombre está acostado. La escena en penumbra. Aparece la sombra de un vampiro).

Vampiro de la risa:- Tu risa ja, ja, ja, me llevaré je, je, je. Ahora es para mí, ji, ji, ji.

(El vampiro de la risa cubre al hombre, acto seguido se eleva y desaparece. El hombre despierta como de una pesadilla. La escena se ilumina.)

Hombre: -¡ah! Sólo era un sueño.

(El hombre se vuelve a dormir. Aparece un duende debajo de su cama que intenta despertarlo. Cuando al fin lo logra, el hombre grita aterrado.)

Hombre: (Tratando de calmarse.): - Tranquilo, tranquilo, es un sueño. Todo es sueño.
(El duende lo pellizca).

Sentido del humor: - ¿Lo ves? No soy un sueño.

Hombre: - ¿Quién es usted?.

Yo soy tu sentido del humor: - Yo soy tu sentido del humor.

Hombre:-¡¿Qué?! Eso no puede ser.

Sentido del humor: - Mira, yo no escogí ser tu sentido del humor.

Hombre: -Pero usted no puede ser mi sentido del humor.

Sentido del humor: -¿Y por qué no?

Hombre: (Docto): - Bueno, porque el sentido del humor es un concepto que no puede adoptar una corporalidad.

Sentido del humor: -¿Qué?

Hombre: -Que un sentido del humor no puede tener pies, manos y hablar con voz de pito.

Sentido del humor: -Muy bien, joven listo. Ustedes creen tener todas las respuestas. Creen saberlo todo. Pues para tu información, el universo es mucho más complejo. Hay cosas que existen por el simple hecho de existir y todos ustedes no se han podido explicar: el tiempo, el amor, la risa…

Hombre: - ¡Está bien! Supongamos que creo que seas mi sentido del humor. ¿Por qué eres tan pequeño? Y ¿qué haces en mi cuarto a las tres de la mañana?

Sentido del humor: -Soy pequeño por tu culpa y si no haces algo, pronto desapareceré. En cuanto a qué hago aquí, vine para prevenirte: te robaron tu risa.

Hombre: -Eso no es cierto.

Sentido del humor: -¿Ah, no? A ver: ríete.

Hombre: -No puedo.

Sentido del humor: -¿Por qué?

Hombre: -Pues porque la gente no se ríe nada más porque si.

Sentido del humor: -Claro, ¿lo ves? El vampiro de la risa les ha quitado la risa a muchos, y ahora te la ha quitado a ti.

Hombre: -¿El Vampiro de la risa? ¿Qué es eso?

Sentido del humor (canta): -Distraído te encontrabas,/tal vez no te diste cuenta/por la vida irás creyendo/que tu risa aún conservas./Pero si quieres reír/ya no podrás./Tu risa perdiste/ y la vas a extrañar./El vampiro de la risa/ de seguro te atacó/ con tu rutina/ y tu risa robó.

Hombre: -Oye, ¿pero no hay alguien responsable de cuidar mi risa?

Sentido del humor: -Bueno, pues… Si existe alguien encargado de cuidar tu risa.

Hombre: -¡¿Quién?!

Sentido del humor: -Yo

Hombre: -¡¿Qué?!

Sentido del humor: -Espera, no te enojes, la culpa no es sólo mía. El sentido del humor no puede cuidar la risa, si tú no lo alimentas.

Hombre: -Pues bien, quiero mi risa.

Con base en el guion que acabas de leer contesta las siguientes preguntas:

1.    El hombre se despierta:
a.    Una vez
b.    Dos veces
c.    Tres veces
d.    Ninguna vez

2.    El hombre despierta como de una pesadilla y cree haber soñado que un vampiro:
a.    Lo atacaba
b.    Se reía
c.    Volaba
d.    Todas las anteriores

3.    La segunda vez, que el hombre se despierta y grita porque:
a.    El duende no lo deja dormir
b.    Le duele el pellizco del duende
c.    No sabía cómo era el duende
d.    Hay un duende frente  a él

4.    El hombre emplea la palabra concepto para explicar que el sentido del el humor es:
a.    Una fantasía
b.    Una opinión
c.    Un acontecimiento
d.    Una cualidad

5.    Con la expresión “hablar con voz de pito” el hombre ésta opinando que el duende:
a.    Tiene una voz fea
b.    Tiene un defecto en la boca
c.    Tiene una voz aguda
d.    No debe hablar con un pito en la boca

6.    Cuando el duende dice: “ustedes creen tener todas las respuestas” se refiere a:
a.    Todos los seres humanos
b.    Todos los hombres incrédulos
c.    Los jóvenes listos
d.    Los jóvenes que se creen listos

7.    El sentido del humor pide al hombre que se ría para:
a.    Probarle que perdió la risa
b.    Enseñar a reír
c.    Demostrarle que él es quien dice ser
d.    Crecer un poquito y no desaparecer

8.    Según la canción del duende, el vampiro robó la risa del hombre:
a.    Con el brazo
b.    Con los colmillos
c.    Por la espalda
d.    Con la rutina
9.    Si alguien fuera atacado por la rutina y perdiera así la risa, sería que:
a.    Acostumbra a reír todos los días a la misma hora
b.    Se ríe cada día hasta que la risa se acaba
c.    Las ocupaciones diarias no le dejan tiempo a reír
d.    Las ocupaciones diarias le hicieron olvidarse de reír

10.  La función del sentido del humor es:
a.    Cuidar la risa del  hombre
b.    Alimentar la risa del hombre
c.    Vigilar la risa del hombre
d.    Hacer reír al hombre

11.  Las expresiones: ¡¿Qué?! Y ¡¿Quién?! Indican que el hombre:
a.    Se asusta por lo que tiene que oír
b.    No oye bien y pregunta con ímpetu
c.    Se enfurece por lo que tiene que oír
d.    Se sorprende y no puede creer lo que oye

12.  Si el hombre no alimenta se sentido del humor, puede pasar que:
a.    Desaparezca su sentido del humor
b.    No recupere su risa
c.    Pierda su sentido del humor y su risa
d.    Se ponga a llorar.

13.  Representa con un texto gráfico la obra teatral:











14.  ¿Por qué crees que es importante el buen sentido del humor?--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
15.  ¿Qué enseñanza te deja este guión?--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
16.  Piensa en una situación que te haya pasado: una anécdota, un conflicto o alguna situación especial con tus amigos o en casa y escríbela en forma de guión para teatro y preséntala en tu cuaderno; teniendo en cuenta los elementos del  teatro. 
17.  Teniendo en cuenta el tema de Diptongo, Hiato y triptongo, realiza la página184 del libro Zona Activa 6.
18.  Del libro de plan lector: “Malditas Matemáticas”, escoge el capitulo que más te haya llamado la atención y realiza en un octavo de cartulina la historieta, teniendo en cuenta los diálogos.
19.  Presenta un resumen de este cuento; utilizando descripción de los personajes, situación inicial, nudo y desenlace, el espacio o lugar donde se desarrolla y el tiempo. Todos estos elementos organízalos de tal manera que presentes un trabajo creativo.

Este taller de nivelación debe ser presentado en el cuaderno de Lengua Castellana.