ESTRATEGIA DE APOYO IV PERIODO
LENGUA CASTELLANA GRADO NOVENO
AÑO LECTIVO 2013 2014
COLEGIO COMFANDI PALMIRA
Nota:
El taller debe presentarse en hojas tamaño carta, escrito a mano, normas de
ICONTEC (portada, letra legible, márgenes y bibliografía.
1. Escoja una de
las obras de escritores Latinoamericanos
y escriba un ensayo sobre él teniendo en cuenta las características del género
(cuento), narrador, estructura narrativa, presentación y desarrollo de los personajes,
e importancia del texto para la literatura latinoamericana..
2. Lea el
siguiente texto y al finalizar resuelva el taller.
Por
un país al alcance de los niños
GABRIEL
GARCÍA MÁRQUEZ
Los
primeros españoles que vinieron al Nuevo Mundo vivían aturdidos por el canto de
los pájaros, se marcaban con la pureza de los olores y agotaron en pocos años
una especie exquisita de perros mudos que los indígenas criaban para
comer. Muchos de ellos, y otros que
llegarían después, eran criminales rasos en libertad condicional, que no tenían
más razones para quedarse. Menos razones
tendrían muy pronto los nativos para querer que se quedaran.
Cristóbal
Colón, respaldado por una carta de los reyes de España para el emperador de
China, había descubierto aquel paraíso por un error geográfico que cambió el
rumbo de la historia. La víspera de su
llegada, antes de oír el vuelo de las primeras aves en la oscuridad del océano,
había percibido en el viento una fragancia de flores de la tierra que le
pareció la cosa más dulce del mundo. En su diario de a bordo escribió que los
nativos los recibieron en la playa como sus madres los parieron, que eran
hermosos y de buena índole, y tan cándidos de natura, que cambiaban cuanto
tenían por collares de colores y sonajas de latón. Pero su corazón perdió los estribos cuando descubrió
que sus narigueras eran de oro, al igual que las pulseras, los collares, los
aretes y las tobilleras; que tenían campanas de oro para jugar, y que algunos
ocultaban sus vergüenzas con una cápsula de oro. Fue aquel esplendor ornamental, y no sus valores
humanos, lo que condenó a los nativos a ser protagonistas del nuevo Génesis que
empezaba aquel día. Muchos de ellos
murieron sin saber de dónde habían venido los invasores. Muchos de éstos murieron sin saber dónde
estaban. Cinco siglos después, los
descendientes de ambos no acabamos de saber quiénes somos:
Era
un mundo más descubierto de lo que se creyó entonces. Los incas, con diez millones de habitantes,
tenían un estado legendario bien constituido, con ciudades monumentales en las
cumbres andinas para tocar al dios solar. Tenían sistemas magistrales de cuenta
y razón, y archivos y memorias de uso popular, que sorprendieron a los
matemáticos de Europa, y un culto laborioso de las artes públicas, cuya obra
magna fue el jardín del palacio imperial, con árboles y animales de oro y plata
en tamaño natural. Los aztecas y los
mayas habían plasmado su conciencia histórica en pirámides sagradas entre
volcanes acezantes, y tenían emperadores clarividentes, astrónomos insignes y
artesanos sabios que desconocían el uso industrial de la rueda, pero la
utilizaban en los juguetes de los niños.
En
la esquina de los dos grandes océanos se extendían cuarenta mil leguas
cuadradas que Colón entrevió apenas en su cuarto viaje, y que hoy lleva su
nombre: Colombia. Lo habitaban desde
hacía unos doce mil años varias comunidades dispersas de lenguas diferentes y
culturas distintas, y con sus Identidades propias bien definidas. No tenían una noción de Estado, ni unidad
política entre ellas, pero habían descubierto el prodigio político de vivir
como Iguales en las diferencias. Tenían
sistemas antiguos de ciencia y educación, y una rica cosmología vinculada a sus
obras de orfebres geniales y alfareros inspirados. Su madurez creativa se había propuesto
incorporar el arte a la vida cotidiana -que tal vez sea el destino superior de
las artes-, y lo consiguieron con aciertos memorables, tanto en los utensilios
domésticos como en el modo de ser. El
oro y las piedras preciosas no tenían para ellos un valor de cambio sino un
poder cosmológico y artístico, pero los españoles los vieron con los ojos de
Occidente: oro y piedras preciosas de sobra para dejar sin oficio a los
alquimistas y empedrar los caminos del cielo con doblones de a cuatro. Esa fue
la razón y la fuerza de la Conquista y la Colonia, y el origen real de lo que
somos.
Tuvo
que transcurrir un siglo para que los españoles conformaran el estado colonial,
con un solo nombre, una sola lengua y un solo dios. Sus límites y su división política de doce
provincias eran semejantes a los de hoy.
Esto dio por primera vez la noción de un país centralista y burocratizado,
y creó la Ilusión de una unidad nacional en el sopor de la Colonia. Ilusión pura, en una sociedad que era un
modelo oscurantista de discriminación racial y violencia larvada, bajo el manto
del Santo Oficio. Los tres o cuatro
millones de indios que encontraron los españoles estaban reducidos a no más de
un millón por la crueldad de los conquistadores y las enfermedades desconocidas
que trajeron consigo. Pero el mestizaje
era ya una fuerza demográfica incontenible.
Los miles de esclavos africanos, traídos por la fuerza para los trabajos
bárbaros de minas y haciendas, habían aportado una tercera dignidad al caldo
criollo, con nuevos rituales de imaginación y nostalgia, y otros dioses
remotos. Pero las leyes de Indias habían impuesto patrones milimétricos de
segregación según el grado de sangre blanca dentro de cada raza: mestizos de
distinciones varias, negros esclavos, negros libertos, mulatos de distintas
escalas. Llegaron a distinguirse hasta
dieciocho grados de mestizos, y los mismos blancos españoles segregaron a sus
propios hijos como blancos criollos.
Los
mestizos estaban descalificados para ciertos cargos de mando y gobierno y otros
oficios públicos, o para ingresar en colegios y seminarios. Los negros carecían de todo, inclusive de un
alma, no tenían derecho a entrar en el cielo ni en el infierno, y su sangre se
consideraba impura hasta que fuera decantada por cuatro generaciones de
blancos. Semejantes leyes no pudieron
aplicarse con demasiado rigor por la dificultad de distinguir las intrincadas
fronteras de las razas, y por la misma dinámica social del mestizaje, pero de
todos modos aumentaron las tensiones y la violencia raciales. Hasta hace pocos años no se aceptaban todavía
en los colegios de Colombia a los hijos de uniones libres. Los negros, Iguales en la ley, padecen
todavía de muchas discriminaciones, además de las propias de la pobreza.
La
generación de la Independencia perdió la primera oportunidad de liquidar esa
herencia abominable. Aquella pléyade de jóvenes románticos inspirados en las
luces de la Revolución Francesa, instauró una república moderna de buenas
Intenciones, pero no logró eliminar los residuos de la Colonia. Ellos mismos no
estuvieron a salvo de sus hados maléficos. Simón Bolívar, a los 35 años, había
dado la orden de ejecutar ochocientos prisioneros españoles, inclusive a los
enfermos de un hospital. Francisco de Paula Santander, a los 28, hizo fusilar a
38 prisioneros de la batalla de Boyacá, inclusive a su comandante. Algunos de
los buenos propósitos de la república propiciaron de soslayo nuevas tensiones
sociales de pobres y ricos, obreros y artesanos y otros grupos de
marginales. La ferocidad de las guerras
civiles del siglo XIX no fue ajena a esas desigualdades, como no lo fueron las
numerosas conmociones políticas que han dejado un rastro de sangre a lo largo
de nuestra historia.
Dos
dones naturales nos han ayudado a sortear ese sino funesto, a suplir los vacíos
de nuestra condición cultural y social, y a buscar a tientas nuestra
Identidad. Uno es el don de la
creatividad, expresión superior de la inteligencia humana. El otro es una arrasadora determinación de
ascenso personal. Ambos, ayudados por
una astucia casi sobrenatural, y tan útil para el bien como para el mal, fueron
un recurso providencial de los indígenas contra los españoles desde el día
mismo del desembarco. Para quitárselo de
encima, mandaron a Colón de isla en isla, siempre a la isla siguiente, en busca
de un rey vestido de oro que no había existido nunca. A los conquistadores alucinados por las
novelas de caballería los engatusaron con descripciones de ciudades fantásticas
construidas en oro puro, allí mismo, al otro lado de la loma. A todos los descaminaron con la fábula de El
Dorado mítico que una vez al año se sumergía en su laguna sagrada con el cuerpo
empolvado de oro. Tres obras maestras de
una epopeya nacional, utilizadas por los indígenas como un instrumento para
sobrevivir. Tal vez de esos talentos precolombinos nos viene también una
plasticidad extraordinaria para asimilarnos con rapidez a cualquier medio y
aprender sin dolor los oficios más disímiles: fakires en la India, camelleros
en el Sahara o maestros de inglés en Nueva York.
Del
lado hispánico, en cambio, tal vez nos venga el ser emigrantes congénitos con
un espíritu de aventura que no elude los riesgos. Todo lo contrario: los
buscamos. De unos cinco millones de
colombianos que viven en el exterior, la inmensa mayoría se fue a buscar
fortuna sin más recursos que la temeridad, y hoy están en todas partes, por las
buenas o por las malas razones, haciendo lo mejor o lo peor, pero nunca
inadvertidas. La cualidad con que se les distingue en el folclor del mundo
entero es que ningún colombiano se deja morir de hambre. Sin embargo, la virtud que más se les nota es
que nunca fueron tan colombianos como al sentirse lejos de Colombia.
Así
es. Han asimilado las costumbres y las
lenguas de otros como las propias, pero nunca han podido sacudiese del corazón
las cenizas de la nostalgia, y no pierden ocasión de expresarle con toda clase
de actos patrióticos para exaltar lo que añoran de la tierra distante,
inclusive sus defectos. En el país menos
pensado puede encontrarse a la vuelta de una esquina la reproducción en vivo de
un rincón cualquiera de Colombia: la plaza de árboles polvorientos todavía con
las guirnaldas de papel del último viernes fragoroso, la fonda con el nombre
del pueblo olvidado y los aromas desgarradores de la cocina de mamá, la escuela
20 de julio junto a la cantina 7 de agosto con la música para llorar por la
novia que nunca fue.
La
paradoja es que estos conquistadores nostálgicos, como sus antepasados,
nacieron en un país de puertas cerradas.
Los libertadores trataron de abrirlas a los nuevos vientos de Inglaterra
y Francia, a las doctrinas jurídicas y éticas de Bentham, a la educación de
Lancaster, al aprendizaje de las lenguas, a la popularización de las ciencias y
las artes, para borrar los vicios de una España más papista que el papa y
todavía escaldada por el acoso financiero de los judíos y por ochocientos años
de ocupación islámica. Los radicales del
siglo XIX, y más tarde la Generación del Centenario, volvieron a proponérselo
con políticas de inmigraciones masivas para enriquecer la cultura del
mestizaje, pero unas y otras se frustraron por un temor casi teológico de los
demonios exteriores. Aun hoy estamos
lejos de imaginar cuánto dependemos del vasto mundo que ignoramos.
Somos
conscientes de nuestros males, pero nos hemos desgastado luchando contra los
síntomas mientras las causas se eternizan.
Nos han escrito y oficializado una versión complaciente de la historia,
hecha más para esconder que para clarificar, en la cual se perpetúan vicios
originales, se ganan batallas que nunca se dieron y se sacralizan glorias que
nunca merecimos.. Pues nos complacemos en el ensueño de que la historia no se
parezca a la Colombia en que vivimos, sino que Colombia termine por perecerse a
su historia escrita.
Por
lo mismo, nuestra educación conformista y represiva parece concebida para que
los niños se adapten por la fuerza a un país que no fue pensado para ellos, en
lugar de poner el país al alcance de
ellos para que lo transformen y engrandezcan.
Semejante despropósito restringe la creatividad y la intuición
congénitas, y contrataría la imaginación, la clarividencia precoz y la
sabiduría del corazón, hasta que los niños olviden lo que sin duda saben de
nacimiento: que la realidad no termina donde dicen los textos, que su
concepción del mundo es más acorde con la naturaleza que la de los adultos, y
que la vida sería más larga y feliz si cada quien pudiera trabajar en lo que le
gusta, y sólo en eso.
Esta
encrucijada de destinos ha forjado una patria densa e indescifrable donde lo
inverosímil es la única medida de la realidad.
Nuestra insignia es la desmesura.
En todo: en lo bueno y en lo malo, en el amor y en el odio, en el júbilo
de un triunfo y en la amargura de una derrota.
Destruirnos a los ídolos con la misma pasión con que los creamos. Somos intuitivos, autodidactas espontáneos y
rápidos, y trabajadores encarnizados, pero nos enloquece la sola idea del
dinero fácil. Tenemos en el mismo
corazón la misma cantidad de rencor político y de olvido histórico. Un éxito resonante o una derrota deportiva
pueden costarnos tantos muertos como un desastre aéreo. Por la misma causa
somos una sociedad sentimental en la que prima el gesto sobre la reflexión, el
ímpetu sobre la razón, el calor humano sobre la desconfianza. Tenemos un amor casi irracional por la vida,
pero nos matamos unos a otros por las ansias de vivir. Al autor de los crímenes más terribles lo
pierde una debilidad sentimental. De
otro modo: al colombiano sin corazón lo pierde el corazón.
Pues
somos dos países a la vez: uno en el papel y otro en la realidad. Aunque somos
precursores de las ciencias en América, seguimos viendo a los científicos en su
estado medieval de brujos herméticos, cuando ya quedan muy pocas cosas en la
vida diaria que no sean un milagro de la ciencia. En cada uno de nosotros cohabitan, de la
manera más arbitraria, la justicia y la impunidad; somos fanáticos del
legalismo, pero llevamos bien despierto en el alma un leguleyo de mano maestra
para burlar las leyes sin violarlas, o para violarlas sin castigo. Amamos a los perros, tapizamos de rosas el
mundo, morimos de amor por la patria, pero ignoramos la desaparición de seis
especiales animales cada hora del día y de la noche por la devastación criminal
de los bosques tropicales, y nosotros mismos hemos destruido sin remedio uno de
los grandes ríos del planeta. Nos
indigna la mala imagen del país en el exterior, pero no nos atrevemos que
muchas veces la realidad es peor. Somos
capaces de los actos más nobles y de los más abyectos, de poemas sublimes y
asesinatos dementes, dé funerales jubilosos y parrandas mortales. No porque
unos sacamos buenos y otros malos, sino porque todos participamos de
ambos extremos llegado el caso -y Dios nos libre- todos somos capaces de todo.
Tal
vez una reflexión más profunda nos permitiría establecer hasta qué punto este
modo de ser nos viene de que seguimos siendo en esencia la misma sociedad
excluyente, formalista y ensimismada de la Colonia. Tal vez una más serena nos permitiría
descubrir que nuestra violencia histórica es la dinámica sobrante de nuestra
guerra eterna contra la adversidad. Tal
vez estemos pervertidos por un sistema que nos incita a vivir como ricos
mientras el cuarenta por ciento de la población malvive en la miseria, y nos ha
fomentado una noción instantánea y resbaladiza de la felicidad: queremos
siempre un poco más de lo que ya tenemos, más y más de lo que parecía
imposible, mucho más de lo que cabe dentro de la ley, y lo conseguimos como
sea: aun contra la ley. Conscientes de
que ningún gobierno será capaz de complacer esta ansiedad, hemos terminado por
ser incrédulos, abstencionistas e ingobernables, y de un individualismo
solitario por el que cada uno de nosotros piensa que sólo depende de sí
mismo. Razones de sobra para seguir
preguntándonos quiénes somos, y cuál es la cara con que queremos ser
reconocidos en el tercer milenio.
La
Misión de Ciencia, Educación y Desarrollo no ha pretendido una respuesta, pero
ha querido diseñar una carta de navegación que tal vez ayude a
encontrarla. Creemos que las condiciones
están dadas como nunca para el cambio social, y que la educación será su órgano
maestro. Una educación, desde la cuna
hasta la tumba, inconforme y reflexiva, que nos inspire un nuevo modo de pensar
y nos incite a descubrir quiénes somos en una sociedad que se quiera más a sí
misma. Que aprovecha al máximo nuestra
creatividad inagotable y conciba una ética -y tal vez una estética- para
nuestro afán desaforado y legítimo de superación personal. Que integre las ciencias y las artes a la
canasta familiar, de acuerdo con los designios de un gran poeta de nuestro
tiempo que pidió no seguir amándolas por separado como a dos hermanas
enemigas. Que canalice hacia la vida la
inmensa energía creadora que durante siglos hemos despilfarrado en la
depredación y la violencia, y nos abra al fin la segunda oportunidad sobre la
tierra que no tuvo la estirpe desgraciada del coronel Aureliano Buendía. Por el país próspero y justo que soñamos: al
alcance de los niños.
Responda
las siguientes preguntas a partir de la lectura del texto anterior de García
Márquez.
1. Explique
ampliamente si el título coincide con el contenido del texto.
2. ¿A qué se
refiere Gabo con la palabra génesis? Utilice el diccionario y la biblia para
abordar este concepto. Explique ampliamente con sus palabras haciendo la
relación entre las diferentes definiciones.
3. Enumere y
explique con sus palabras las épocas literarias mencionadas en el texto por el
autor..
4. Explique
las siguientes frases. Responda ampliamente con sus palabras de acuerdo al
texto:
a. “Cinco
siglos después, los descendientes de ambos no acabamos de saber quiénes somos”.
b. “Ilusión
pura, en una sociedad que era un modelo oscurantista de discriminación racial y
violencia larvada, bajo el manto del Santo Oficio”.
c. “Somos
conscientes de nuestros males, pero nos hemos desgastado luchando contra los
síntomas mientras las causas se eternizan”.
5. Explique,
de acuerdo a lo que explica García Márquez, qué somos de acuerdo a la razón y
la fuerza de la Conquista y la Colonia.
6. ¿Cuáles
fueron los actos de discriminación que se sufrieron durante la época de la
colonia? Cite y explique.
7. ¿Cuántos y
cuáles son los dones que han ayudado a sortear las desgracias de esta tierra?
Opine y Explique.
8. Según lo
explicado en la anterior pregunta, ¿qué piensa usted acerca de esos dos dones?,
¿qué tan importantes son para su vida? Analice y Argumente.
9. ¿Por qué
los colombianos buscan fortuna en el exterior? Ejemplifique con un caso
conocido o desconocido (investigue, entreviste y cuente si es el caso) y
explique el proceso de transformación cultural que se vive en nuestra tierra
gracias a los viajes de colombianos hacia países extranjeros
.
10. Escriba
acerca de lo qué aprendió leyendo este texto. Cómo incide en su vida. Si lo
toca algún tema expuesto por el autor. Y si de alguna manera puede hacer usted
algo por cambiar lo negativo y mejorar lo positivo que se menciona de nuestro país
y nosotros sus habitantes.
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